lunes, agosto 15



Más allá de los clichés con los cuales se suele asociar al psicoanálisis con la sexualidad, es bien cierto que sin su remisión a esa particularidad humana simplemente no existiría, o al menos, quedaría despojado de sus argumentos axiales. Fue sobre los dolores que la represión de la sexualidad producía en los cuerpos, sobre todo en los femeninos, que Freud sentó sus bases de su teoría psicológica de las profundidades. 

Lo que el psicoanálisis descubre al ocuparse de la sexualidad es que no hay posibilidades de que un sujeto exista si no es porque es posicionado en uno de los dos lados de la tabla de sexuación, y que esto, lejos de llevarlo a un complemento implica su frustración y/o su castración, o sea, la pérdida del objeto, para después buscarlo en vano en sus encuentros sexuales animados por el deseo. Por esta razón el sujeto del inconsciente es "un cenotafio", "una tumba vacía", pues el deseo que allí habita "no se deja enterrar", no cesa de no colmarse. Gracias a la sexualidad, el sujeto existe como singularidad, pero es también a partir de esa sexualidad que queda irremediablemente separado de la dicha. Por esto es que en la sexualidad es en donde pulula por excelencia el malestar indestructible que constituye a la cultura, y por ello, para el psicoanálisis, "lo sexual está en todas partes, justamente porque está ahí donde no se sabe que actúa", no otra cosa señala Freud en 1905 al decir que el cuerpo todo, y no solo algunas de sus partes, es una zona erógena. La sexualidad está en todas partes, porque el cuerpo que la soporta es indisociable de ella.


Gibrán Larrauri. Bataille y el psicoanálisis, la heterología, Freud y Lacan. 2015