martes, junio 9

Una ilusión

¿Duerme o está despierto Don Quijote? ¿Se da cuenta o no se da cuenta de lo que pasa? Don Quijote, en su cama, está en una situación especial; la misma situación en que se encontrará el lector muchas veces. Ni está dormido ni está despierto; está en un estado dulce, voluptuoso, en que, sin perder el contacto con la realidad, no sabría dar cuenta de tal realidad. Existe y no existe para Don Quijote el mundo sensible. Y en este estado, de pronto -o no repentinamente-, comienza a darse cuenta de algo que no es ordinario en la casa; no sabe si él si lo que principia a percibir lo percibe realmente o no. Pero como esta sensación extraña aumenta, no tiene más remedio que confesar, sin confesar, siendo para sí explícito sin serlo, que algo excepcional sucede en la casa. Flotando como está entre el sueño y la vigilia, pasa de la certidumbre que ha tenido durante un segundo, al olvido de tal noción, puesto que ha caído de nuevo en el sueño. Y al salir del sueño, para estar de nuevo en la vigilia, en una semivigilia, otra vez le sorprende la sensación anterior; sí, algo que él todavía no puede definir está sucediendo... ¿Qué será ese algo? ¿De qué modo encontrar lo que es ahora inconcretable? De pronto, como en una revelación, advierte que la sensación extraña es olfativa: huele en la casa a cuero y papel quemados. Puede ser que se trate de una alucinación suya: cosa rara, muy rara, es que, a las doce de la noche, sin que en la casa dé nadie la voz de alarma, se esparza este olor a cueros y papeles chamuscados. No puede ser; no puede creer Don Quijote que se esté ardiendo la casa. ¿Y por qué se había de arder? ¿Y cómo si se ardiera no oiría él gritos? De nuevo se sume Don Quijote en el marasmo. Y de nuevo torna a salir de él; el olor que se percibe es más penetrante cada vez. Inconfundible es el olor a cuero quemado; inconfundible es el olor a papeles quemados. No cabe duda ya; no tiene Don Quijote que hacer sino levantarse. Pero no se levanta. Otra cosa le intriga también. ¿Y cuál es esa cosa?

Al mismo tiempo que huele los olores dichos, advierte como si rasparan una pared; no puede él decir si la sensación es la que acabamos de expresar; lo cierto es que el raspar continúa. Diríase que una llana va jaharrando una pared. Y es cosa rara esta, tan rara como el olor a chamusquina. ¿Estarán tapiando algún hueco en la casa? ¿Y por qué estas operaciones a media noche? ¿Y por qué sin que él lo sepa, sin que se haya hablado de ello durante el día? En fin, Don Quijote no puede más: se levanta en silencio, y con pasos atentados -aunque se trate de Don Quijote no pueden ser desatentados- se acerca a una ventanilla que da al patio y la abre. ¿Y qué es lo que ve Don Quijote? Ve en el patio una hoguera. ¿Y con qué está formada esta hoguera? Con libros de su biblioteca. ¿Y para qué están quemando sus libros? El caballero, en un momento de meditación, de recapitulación, lo comprende todo, como en las comedias. Y volviéndose a su lecho, con los mismos pasos atentados que antes; sale entonces a un pasillo, siempre con cautela, y ve que en el cabo del corredor un albañil con una llana y otro con una cantidad de ladrillos están levantando un tabique; tabique que cierra la biblioteca. Don Quijote, sin sorpresa, torna a exclamar: "¡Qué ilusión!". Y luego, con toda tranquilidad, se acuesta. Y, cuando se levante y vaya a su biblioteca, fingirá que no encuentra la puerta. Y se persuadirá, para engañar a los engañadores, de que un encantador ha cometido tal desaguisado. Y exclamará por tercera vez y sonriendo irónicamente: "¡Qué ilusión!".

Azorín