lunes, julio 21

AETERNUM VALE



En la lengua alemana, la afinidad está caracterizada como el opuesto del parentesco. 

La "afinidad" es parentesco con reservas... es parentesco pero... (Wahlverwandschaft, equivocadamente traducido como "afinidad electiva", un flagrante pleonasmo, ya que ninguna afinidad puede ser no electiva; sólo el parentesco está pura y simplemente, se quiera o no, predeterminado...). La elección es el factor calificador: transforma el parentesco en afinidad. Sin embargo, también delata la ambición de la afinidad: su intención es ser como el parentesco, tan incondicional, irrevocable e indisoluble como el parentesco (eventualmente, la afinidad se entrelazará con el linaje y se hará indiscernible del resto de la red del parentesco; la afinidad de una generación se convertirá en el parentesco de la siguiente). Pero ni siquiera los matrimonios -contrariamente a la insistencia de los sacerdotes- se realizan en el cielo, y lo que los seres humanos han unido puede ser disuelto por los seres humanos.

Por supuesto, nos encantaría que el parentesco estuviera precedido por la elección, pero también que, luego de la elección, el parentesco fuera exactamente lo que ya es: firmemente resistente, duradero, confiable, persistente, indisoluble. Ésa es la ambivalencia endémica de toda Wahlverwandschaft, su marca de nacimiento (una peste y un encanto, una bendición y una pesadilla) que no puede borrarse. El acto fundante de la elección es el poder de seducción de la afinidad y su condena. El recuerdo de la elección, su pecado original, está destinado a arrojar una larga sombra y a oscurecer incluso la más brillante unión llamada afinidad: la elección, a diferencia del destino del parentesco, es una calle de doble mano. Uno siempre podrá echarse atrás, y el conocimiento de esa posibilidad hace aún más desalentadora la tarea de mantener la dirección. - Zygmunt Bauman, Amor líquido.