martes, enero 7

De la muerte libre

Muchos mueren demasiado tarde, y algunos mueren demasiado pronto. Todavía suena extraña esta doctrina: ¡Muere a tiempo!
Morir a tiempo: eso es lo que Zaratustra enseña.
En verdad, quien no vive nunca a tiempo, ¿cómo va a morir a tiempo? ¡Ojalá no hubiera nacido jamás! -Esto es lo que aconsejo a los superfluos.
Pero también los superfluos se dan importancia con su muerte, y también la nuez más vacía de todas quiere ser cascada.
Todos dan importancia al morir: pero la muerte no es todavía una fiesta. Los hombres no han aprendido aún cómo se celebran las fiestas más bellas.
Yo os muestro la muerte consumadora, que es para los vivos un aguijón y una promesa.
El consumador muere su muerte victoriosamente, rodeado de personas que esperan y prometen.
Así se debería aprender a morir;¡y no debería haber fiesta alguna en que uno de esos moribundos no santificase los juramentos de los vivos!
Morir así es lo mejor; pero lo segundo es: morir en la lucha y prodigar un alma grande.
Tanto al combatiente como al victorioso les resulta odiosa esa vuestra gesticuladora muerte en el momento justo para la meta y para el heredero.
Y por respeto a la meta y al heredero ya no colgará coronas marchitas en el santuario de la vida.
En verdad, yo no quiero parecerme a los cordeleros: estiran sus cuerdas, y al hacerlo, van siempre hacia atrás.
Más de uno se vuelve demasiado viejo incluso para sus verdades y sus victorias; una boca desdentada no tiene ya derecho a todas las verdades.
Y todo el que quiera tener fama tendrá que despedirse a tiempo del honor y ejercer el difícil arte de -irse a tiempo.
hay que poner fin al dejarse comer en el momento en que mejor sabemos: esto lo conocen quienes desean ser amados durante mucho tiempo.
Hay, ciertamente, manzanas agrias, cuyo destino quiere aguardar hasta el último día del otoño: a un mismo tiempo se ponen maduras, amarillas y arrugadas.
En unos envejece primero el corazón, y en otros, el espíritu. Y algunos son ancianos en su juventud:pero una juventud tardía mantiene joven durante mucho tiempo.
A algunos el vivir se les malogra: un gusano venenoso les roe el corazón. Por ello, cuiden tanto más que no se les malogre el morir. 
Algunos no llegan nunca a estar dulces, se pudren ya en el verano. La cobardía es lo que les retiene en su rama.
Demasiados son los que viven, y durante demasiado tiempo penden sus ramas. ¡Ojalá viniese una tempestad que hiciese caer del árbol a todos esos podridos y comidos de gusanos!
¡Ojalá viniesen prdicadores de la muerte rápida! Estos serían para mí las oportunas tempestades que sacudirían los árboles de la vida! Pero yo oigo predicar tan sólo la muerte lenta y paciencia con lo "terreno".
Ay, ¿vosotros predicais paciencia con las cosas terrenas? ¡Esas cosas terrenas son las que tienen demasiada paciencia con vosotros, hocicos blasfemos!
En verdad, demasiado pronto murió aquel hebreo a quien honran los predicadores de la muerte lenta: y para muchos se ha vuelto desde entonces una fatalidad el que él muriese demasiado pronto.
No conocía aún más que lágrimas y la melancolía propia del hebreo, junto con el odio de los buenos y justos, -el hebreo Jesús: y entonces lo acometió el anhelo de la muerte. 
¡Ojalá hubiera permanecido en el desierto, y lejos de los buenos y justos!¡Tal vez habría aprendido a vivir y a amar la tierra- y además, a reír!
¡Creedme, hermanos míos! Murió demasiado pronto; ¡él mismo se hubiera retractado de su doctrina si hubiera alcanzado mi edad! ¡Era bastante noble para retractarse!
Pero todavía estaba inmaduro. De manera inmadura ama el joven, y de manera inmadura odia también al hombre y a la tierra. Tiene aún atados y torpes el ánimo y las alas del espíritu.
Pero en el adulto hay más niño que en el joven, y menos melancolía: entiende mejor de muerte y de vida.
Libre para la muerte y libre en la muerte, un santo que dice no cuando ya no es tiempo de decir sí: así es como el entiende de vida y de muerte.
Que vuestro morir no sea una blasfemia contra el hombre y contra la tierra, amigos míos: esto es lo que yo le pido a la miel de vuestra alma.
En vuestro morir deben seguir brillando vuestro espíritu y vuestra virtud, cual luz vespertina en torno a la tierra: de lo contrario, se os habrá malogrado el morir. 
Así quiero morir yo también, para que vosotros amigos, améis más la tierra, por amor a mí; y quiero volver a ser tierra, para reposar en aquella que me dio luz.
En verdad, una meta tenía Zaratuztra, lanzó su pelota: , ahora amigos, sois vosotros herederos de mi meta, a vosotros os lanzo la pelota de oro. ¡Más que nada prefiero, amigos míos, veros lanzar la pelota de oro! Y por ello me demoro aún un poco en la tierra: ¡perdonádmelo!

Así habló Zaratustra.