domingo, mayo 24


Una plática revuelta, repite lo mismo varias veces, pero con información nueva cada vez, con los ojos sonriendo. Ahora está solo. Esperando, parado a lado de otro hombre. El blanco de las paredes en realidad le agrada. Es un espacio limpio, donde puede reflexionar y sentir lo que debe de estar apartado, porque ha sido hecho para estar apartado, para ser contemplado en su totalidad, lejos de cualquier referente. Pero, ¿hasta qué punto blanco? ¿Dónde le llega a poner de malas el blanco? 

Le llega a desesperar después de las cajas de cartón que aluden al minimalismo de Donald Judd y al ready-made. Después de la seducción que nunca llega a culminarse. Chocolate y hielo. Cuando las esculturas de yeso son blancas y no se atrevieron a pintarlas porque ya no combinaban con el espacio. Le pone de malas cuando descubre que la curaduría es en blanco y negro. Entonces quiere conocer toda la colección. Desiste en sus ganas de preguntar y empieza a pensar en ella. Cielo y ella. Eso que hace ella que nunca falla aunque los días y los momentos sean inconvenientes. Lluvia en el rosa, amarillo y azul. Gris y gris. Se pone de malas porque la ve bailar en la calle y él no tiene licencia para bailar en la calle.

Dos hombres en una exposición, uno parado junto al otro. Uno sólo contempla, el otro pensando en el blanco de las paredes y en ella. Mientras, en otra sala, una mujer observa un video, se olvida de su propio cuerpo, se diluye en el espacio. Observa la bruma. La bruma en el video. No hay sonido, la imagen se mezcla con ruidos ajenos. Antier, el hombre que sólo contempla compró unos zapatos de baile; aún no se los ha puesto. 

El que ha estado pensando en ella decide salir e ir a buscarla. Una mujer se pierde en la bruma. Se acerca un taxi. Los zapatos serán usados.